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lunes, 25 de noviembre de 2013

EXTRAÑO SUCESO Otra muerte violenta alimenta la leyenda negra de los Borbones

Exceso de alcohol, una discusión subida de tono, una inoportuna botella y un cadáver abandonado en la puerta de una clínica. Todo silenciado convenientemente por la Corona.

Parece que Carlota Tiedemann tuvo mucho
 que ver en la muerte de su esposo, Don Jaime de Borbón. 
A finales de los años setenta, la infanta María Cristina de Borbón y Battenberg, tía paterna del rey Juan Carlos,rompió su silencio… en privado, claro. Un Grande de España que aún vive me lo contó todo en su mansión madrileña años después.

Charlábamos él y yo del infante sordomudo don Jaime, hermano mayor de la infanta María Cristina y tío por tanto deDon Juan Carlos, cuando el noble caballero enarcó las cejas y, sin dejar de mirarme, se inclinó hacia delante en el butacón aterciopelado para susurrarme al oído, como si temiese que alguien más pudiera escucharle:

-Ella le mató… 

-¡Quién! –inquirí yo, intrigado. 

-Su segunda mujer. 

-¿Carlota Tiedemann? 

-Ella… ella le mató –sentenció de nuevo. 

-¿Cómo supo eso? 

-Me lo contó la hermana del pobre don Jaime. 

-¿Cuál de las dos? 

-Cristina de Borbón y Battenberg –enfatizó para disipar cualquier duda sobre la terrible acusación.

Acto seguido, el hombre cuya identidad mantengo hoy en el más estricto sigilo por compromiso, me recordó que había visitado a la infanta en su coqueto pisito de la calle Velázquez de Madrid, donde ella se instalaba dos veces al año, en junio y en diciembre, para después regresar otra vez a Turín.

Pasaba temporadas en Madrid desde el fallecimiento de su marido, Enrico Marone, dueño de la empresa Cinzano, a finales de los sesenta.

Decidido a llegar al fondo del asunto, me faltó tiempo para preguntar a mi noble anfitrión:

-Y bien, ¿qué le dijo la infanta en su casa, a finales de los setenta? 

-Aquella tarde –tragó él saliva-, mientras tomábamos café en su saloncito privado, Cristina me reveló la dolorosa verdad sin poder contener aún lágrimas de rabia y emoción. 

-¿Le dio algún detalle del presunto homicidio? –insistí. 
-Sí, claro –dijo atenuando la voz-. Fue horrible: me dijo que Carlota Tiedemann le sacudió un botellazo en la cabeza a don Jaime y que luego éste se desplomó en la calle golpeándose de nuevo. 

-Seguro que ella estaba ebria –aseveré. 

-Sí; habían bebido los dos. Discutieron… y ella le propinó el botellazo. Luego, cogió a don Jaime, que residía en Lausana desde la muerte de la reina Victoria Eugenia, en un chalecito que él llamaba Chemin Primerose [Camino Primoroso], lo metió en un coche y se lo llevó lejos de allí, abandonándole a la puerta de una clínica en Saint-Gall, en la Suiza oriental. 

-¿Ahí quedó todo?, ¿nadie reclamó una investigación? –alegué yo, entre perplejo e indignado.

Él simplemente dijo, haciendo una mueca de cinismo: 

-La Familia Real, precisamente no. Estas cosas, en la Corona se tapan.


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